Son las cinco A. M. El termómetro marca dos grados bajo cero en la ciudad de santiago. El despertador suena en una humilde casa de la Pintana. Despierta Luis, es hora de ir a trabajar.
Su ánimo es bajo, luego de treinta años trabajando en la construcción levantándose a la misma hora por tanto tiempo ha conseguido agotar sus ganas y la alegría de antaño. Mira a su lado a su mujer y la ve tan bella como siempre a pesar que habían pasado muchos años desde que la conoció.
Ella, la madre de sus cuatro hijos. ahora con una figura robusta, su cabello castaño (teñido con tintura barata) único gesto de coquetería, sus ojos pardos y su piel trizada por los años le daban un toque de dulzura y experiencia.
Al pensar en esto se conmovió y decidió levantarse. Se sentó en la cama y se puso la camisa a cuadros desteñida por el tiempo ,los pantalones de mezclilla que no aguantaban mas remiendos ,unas medias para aguantar el frío y sus zapatos de punta de fierro compañeros de tantos años.
Se dirigió al baño. El esfuerzo que debió realizar no fue tan grande. Pues en una casa de dos piezas , baño , cocina, comedor y living. Todo en un mismo estrecho cuadrado, acortaba las distancias. Esa casa semi digna por la que sentía gran orgullo y había trabajado toda su vida. Después de treinta años podía decir que era suya. Esta tenia la paredes tan delgadas que podía escuchar las peleas de sus vecinos y algunas cosas que le hacia sonrojarse y taparle los oídos a sus hijos cuando estos eran pequeños. Un patio tan pequeño que hasta el perro mas ordinario sufría de angustia por el encierro.
Se miro al espejo y vio su rostro como lo había visto miles de veces en una vida incansable de rutina. Su encorvada espalda , sus manos maltratadas y ásperas por los trabajos pesados.
Tomo la peineta y se cepillo los escasos y blancos cabellos que le quedaban. Su desgaste físico era evidente.
Dio algunos pasos y llego a la cocina se preparo un café y prendió el televisor. Escucho lo mismo de siempre: que el país estaba creciendo, que somos el país con mejores condiciones económicas de Latinoamérica, que subió el precio del cobre, y unas guerras al extremo del mundo que poco le interesaban. De las noticias muy poco entendía con una educación hasta tercero básico, lo que lamentaba a diario. Lo que en su realidad podía comprender era que su sueldo no subía y que las cuentas no alcanzaban a pagar con un escaso sueldo de ciento veinte mil pesos al mes. La luz, el agua, la comida y cosas varias no se alcanzaban a pagar , con tan poco dinero. Deseaba haber tenido la oportunidad de estudiar mas, para no tener que lamentase ahora. Antes los padres decían que la educación no era importante. Mira el reloj y son las cinco treinta A. M. Toma su chaleco y parte a su trabajo. Atemorizado se dirige a tomar la micro y sintió rabia de vivir en aquel lugar. La delincuencia crecía y cada ves sentía mas miedo de salir de su casa sin ser asaltado. Su hijo había sido arrastrado por ese ambiente de drogas y delincuencia. Primero fueron las fiestas, luego los amigos, el olor a trago al llegar de madrugada, la polola y embarazo de esta. No era el mismo joven lleno de sueños de un principio. Aquel que no dormía de tanto estudiar y en el que Luis veía su futuro. Su regalón.
El era el último hijo que le quedaba, porque los demás estaban casados y nunca lo iban a ver. El aspecto de su hijo lo deprimía y hacia que Luis no conciliara el sueño. Su cara de drogo, la ropa sucia, el pelo largo, las uñas sucias y la ropa extraña hacían parecer a su hijo como un mendigo.
La última vez que fue a la casa se llevo la radio, esa escena latía profundo dentro de su corazón. Ese ambiente había alejado cada ves mas a su hijo de el.
Paro la micro y vio la cara de cansancio del chofer. Ese mismo cansancio que solía descargar en continuas peleas con los escolares.
Se sentó y vio el reloj eran las cinco cincuenta y cinco. La micro iba llena de obreros y nanas de las comunas pobres a la Dehesa.
Son las seis y comienza a salir el sol, la micro se llena aun mas de trabajadores y escolares. Estos últimos parecían no tener el mas mínimo respeto por los
Mayores , no como en los tiempos de Luis que era diferente. Todos debían guardar silencio en la mesa y obedecer, sino eran corregidos con una bofetada. Cuando antes se había visto tanta mala educación.
Sus ojos se fueron cerrando de apoco hasta caer en un sueño profundo. Era así como solía recuperar sus horas de sueño y no parecía ser el único.
Son las siete A. M. y despierta asustado. Mira a su alrededor y ve la micro casi vacía. La micro va lenta y desea apurar al chofer.
Son las siete veinte A. M. y se baja de la micro, corriendo se dirige a su trabajo. Al llegar se encontró su jefe en la puerta con cara de dictador. Lo llama a su escritorio le hablo de la responsabilidad y el deber, del orgullo de la empresa de tener un trabajador tan antiguo, finalmente que no tolerarían una falta más y que estaba despedido. Salió de la oficina y se dirigió a su casa llorando de rabia.
Se sintió desechado, como quien ocupa un papel y luego de usarlo lo bota. Ya no era joven y sus huesos estaban viejos y cansados. Quiso morir, tirarse frente a un auto y morir arrollado, pero luego pensó en su familia y no lo hizo.
Luis tomo la micro y se fue a su casa. Se sintió pequeño pero continuó como siempre optimista y sonrió. No era el único en resignarse y continuar a pesar de todo.
Son las ocho A. M. en Santiago. Capital de Chile, ciudad de oportunidades
miércoles, 13 de enero de 2010
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